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Cómo proceder.


De cómo arreglárnosla en cuanto al modo de conducir el proceso de aprendizaje inicial de nuestros pequeños en el mundo de la música, o más bien, diría yo, de cómo conducirnos nosotros mismos ante ese proceso de sus primeros acercamientos descubridores de sonoros asombros, nos vamos en busca de vivencias acumuladas; ya saben que huyo de las actitudes retóricas y de los planteamientos inconmovibles. Confío mucho más en esas vivencias de cada uno de nosotros, padres y madres, abuelos, tíos; en fin, comunes seres humanos a cargo del presente y el futuro en construcción de pequeños merecedores de nuestro mejor esfuerzo.




Les hablaré aquí a penas de mi propia experiencia con hijos seducidos tempranamente por “la más bella forma de lo bello”, “el hombre escapado de sí mismo”, como definiera a la música un hombre de generosidad y sabiduría ejemplares, José Martí, también héroe nacional de Cuba. Él mismo nos dejó dicho que “los conocimientos se fijan más, en tanto se les da una forma más amena”, y de hecho, “no hay mejor sistema de educación que aquel que prepara al niño a aprender por sí”.

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Estas apreciaciones, sin duda alguna, son del todo certeras. El niño pequeño, como todo cachorro de mamífero conocido, aprende mientras juega; o sea, realiza el proceso  de descubrimiento de la realidad circundante mediante el ejercicio mantenido de acciones que remedan instintivamente rasgos característicos de la vida de su especie, mucho más complejos y puntualmente específicos en el caso de los humanos, como todos sabemos.

Nosotros, “sin conocer el oficio y sin vocación”, al decir del inefable Serrat, solemos censurar a nuestros chicos cuando los vemos pelearse entre sí por la posesión de un juguete o algún otro objeto que ya venía sirviendo de entretenimiento a uno de ellos; porque a nuestro juicio, el niño esforzado en arrebatar al otro aquel objeto del interés común estaría comportándose de modo egoísta. Sin embargo, aquellos que estudian el comportamiento infantil nos aclaran que en realidad, aquello que un pequeño pretende conquistar del otro no es precisamente el objeto en sí, sino más bien, la actividad que aquel ya viene realizando, utilizando el tal objeto solamente como mero instrumento o medio para esa acción. O sea, el motivo real o primordial de la querella es el deseo de apropiación del hecho lúdicro, del juego, que un niño ve disfrutar al otro y por puro impulso instintivo, desea experimentar. A fin de cuentas, estaríamos ante un acto de natural curiosidad humana y no de torvo egoísmo.

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De todo esto, yo me permitiría concluir que el proceso de aprendizaje en el niño pequeño debe inducirse mediante mecanismos propios de la actividad lúdicra, como un simple juego distinguido por el agrado de aquel, para garantizar la atracción de su interés y su incorporación voluntaria al mismo. Cumplido este requisito indispensable, podríamos considerar a priori exitosa cualquiera gestión educativa iniciada con el niño; pues sabido es que en esas edades tempranas, el niño aprende y asimila todo lo merecedor de su interés a su alrededor, con facilidad y rapidez sencillamente asombrosas. No injustificadamente, solemos comparar a los chicos con una esponja, refiriéndonos a esa proverbial capacidad de asimilación de nuevos conocimientos.


 

Por estas razones, me gusta decir que nuestras intenciones de guiar al niño pequeño en sus actividades de aprendizaje deben ir como camufladas bajo la apariencia de nuestro propio interés en la realización de la experiencia ofrecida, al tiempo que propiciemos al chico la sensación plena de estarse valiendo por sí mismo y a su antojo. Nuestras indicaciones, de ser imprescindibles, no deben pasar de ser sugerencias, o en alguna circunstancia que lo requiera, demostración individual, amable y sutil del proceder que le ofrecemos experimentar. El exceso de didactismo o nuestra apropiación de la acción en experimento, en nuestro interés por mostrarle al niño el qué y el cómo, puede inhibir su espontánea expresión creativa durante la función de aprendizaje.

No me cansaré de repetir: si quieres enseñar al chico, pues aprende con él. “Enseñar es aprender dos veces”, nos enseña a su vez Joseph Joubert, el pensador francés.

¿Nos vemos?

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